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sábado, 26 de noviembre de 2011

Un pequeño grito contra el abismo. Un inútil homenaje para tantas muertas.

La mirada insolente
es una forma aguda como un clavo en la tierra,
contiene una porción horrible de sí misma
y apenas imagina
la depauperada humillación de estar
como si no,
del cuerpo que se arruga
y se encoge en su nudo primerizo
volviéndose ceniza, haciéndose invisible
materia degradada por el odio,
la paja que se prende con blandura.
La mirada insolente
acompaña a la mano, a la pierna insolentes
para apresar el cuerpo con el garfio del miedo,
con cuerdas y cordeles y sogas y correas
de miedo, y aún más miedo
porque ella está tan sola y ya vencida,
herida de la queja y azotada
con el tizón de espanto que lleva el que es su ángel
del mal o de la ira.
La mirada insolente
hace temblar los márgenes del cuerpo
y en su lenta combustión como de encina
la tinta de las venas escribe ese clavario
cuando era profanado el templo de la carne
y en el aire se anotan garabatos, graffitis
con la voz enfangada y sucia de ese grito
que calcina los labios, las cuerdas de la boca,
"porque yo no sabía hablar
porque yo era analfabeta
porque yo era un bulto
porque yo no valía un centavo "

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